domingo, 7 de febrero de 2010

El dilema de la "comisaría"

En "morolandia", se organizan una vez al año, unos encuentros deportivos entre centros españoles. Mi padre es entre otros, (por supuesto no tan efectivos como él), uno de los que lo organizan. Este año, son en Tánger, la city donde están las mejores instalaciones deportivas. En fin, todo funcionó bién durante el finde, con alguna que otra encontrona entre colegas de Casablanca y de Tánger, peor bien por lo general.

Cuando te asomas por la ventana de mi casa, te encuentras de frente con el estadio de fútbol Mohamed V, como el Bernabeu en España. En este país, el fútbol, además de tener un nivel de Segunda B, está muy mal controlado. En la zona de la salida si, porque está todo petadísimo de maderos de verde que rápido se la sacan, ( la porra)        (no esa porra que tu piensas)     (la porra de dar porrazos). Pero en cuanto que salen de la zona donde están ellos, es una salvajada, rompen autobuses, coches, semáforos, alguna vez me ha pillado con el coche en medio de la marabunta, y te aseguro que ves el espíritu del fútbol marroquí, más cerca de lo que te puedes imagiar. Pero si sales sin nada en el coche, quien te viene a ver, es  tu espiritu de la guarda. Toda la ciudad se bloquea, no hay taxis, los autobuses se joden todos, y mi garaje está justo en frente de una salida, asique esos días, arrestado en mi kelly.

Bueno, sin enrollarme, volvíamos con el autobús de vuelta para casa, y ya en Casablanca, en conductor, no se por qué le dió por ahí, pero se metió por toda la parte del mogollón. Avanzávamos a dos por hora, cuando se  rebienta una de las lunas del bus. Alguien había tirado un pedrolo por lo menos del tamaño de un melón de esos de mi abuelo. El caso es que cuando ya nos dejó el conductor a todos los que ivamos, tocaba a los responsables ir a la comisaría de "la maravillosa" ville de Casablanca, para que hubiera testigos de lo que había pasado con el cristal. Entramso en un lugar, todo cubierto de baldosines blancos, los más simples y baratos que debe de haber. Lo único que se escuchaba, era un ruido de fondo, un hombretón con una voz muy grave, gritando a alguien y un par de máquinas de escribir de esas antiguas que funcionaban con botones que movían un palito y se quedaba la letra impresa en el papel. El suelo, estaba encharcado, y, a parte de los maderos que estaban "currando", había dos tipos que me llamron la atención, uno tenía toda la boca llena de sangre y varios dientes rotos, el otro, simplemente estaba ahí, se cruzaban miradas, asesinas, de esas que hablan por sí solas y dicen: "dime eso cuando no esté ese madero delante, hijo de puta". Cuando llegó el hombretón de la voz grave, les cogió a los dos con las cachomanosenormesquetenía, y los sentó a la fuerza en el charco, gritanto en arabe, que  se jodieran y se mojaran el culo, no haberse zurrado. El charco de agua, donde los había puesto por narices, empezaba a coger el color rojo de la sangre que le caía al de la boca rota. De vez en cuando, le obligaban a lavarse la cara en un labavo cutre  y roto que había y que estaba lleno de sangre. El chanchullo, acabó resolviéndose de la manera más salvaje posible. Yo no hablo árabe muy bién, pero entre los gestos y la pasta que le pasó el uno al otro, supe que habían quedado en que le pagara la reparación de los dientes y cada uno a su puta casa. Que la policía marroquí pasa de esas mierdas. Las máquinas de botones, no cesaban en su tarea de escribir informes de mierda, de los cuáles el 90 % serían medio falsos y con algún soborno de por medio. Es como siempre, el que menos tiene, es el que más se la carga, porque es más fácil joder al primer capullo que llega con la boca partida, que a ese hijito de papá al que han pillado vendiento pastis, y que en do días saldrá de la mierda en que se meta, porque su papito llama a un par de peces gordos, y lo arregla todo con sus "contactos". En fin, el sitio era siniestro, parecía un campo de concentración de la segunda guerra mundial. Daba algo de miedo y muy mal rollo, esa sensación que te invade cuando ves que pasa algo y te dices: no me gustaría estar en el lugar de ese pobre desgraciado.


Acabamos saliendo de la comisaría a las cinco y media de la madrugada, con un papel del perito, que decía que el seguro tenía que pagar la luna rota. También, llegué a la conclusión de que cuanto menos tuviera quevolver a pisar ese sitio, más que mejor. De momento, no he tenido que volver, y espero que nunca lo tenga que hacer, porque es ver, de cerca, lo mal organizado y mierdero que es este sistema de justicia, en el que todo va con recomendación por detrás del sobre.